lunes, 6 de marzo de 2017

LOS VIKINGOS EN INGLATERRA




Durante doscientos cincuenta años, los vikingos fueron protagonistas de la historia de Inglaterra, primero como saqueadores de ciudades, más tarde como jefes guerreros que litigaron con la casa real sajona por el dominio de la isla, y finalmente como reyes de los ingleses.
A finales del siglo VIII, mientras Carlomagno creaba un inmenso imperio en el continente europeo, Inglaterra se hallaba dividida en siete reinos surgidos de sajones, anglos y jutos, los pueblos que habían invadido Gran Bretaña cuando declinaba el Imperio romano. De todos ellos sobresalía el florecientre reino sajón de Wessex, hasta el punto de que sus monarcas se creían soberanos de los ingleses. Sus reyes avanzaron hacia el norte, ocupando incluso el reino anglo de Northumbria, cuyos habitantes «lloraban por su libertad perdida» convencidos de que para ellos había acabado la historia. Pero no fue así.


En 787, según la Crónica anglosajona, atracaron tres naves en la costa de Wessex y de ellas salió un grupo de hombres aguerridos procedente del otro lado del mar del Norte. Los llamaron wicingas, «ladrones del mar», es decir, vikingos, un nombre que los identificaba perfectamente ya que se dedicaban al pillaje y el saqueo en medio de crueles rituales. Regresaron cinco años más tarde, en 793, pero ahora a la costa de Northumbria, donde saquearon el prestigioso monasterio de Lindisfarne, y un año después hicieron lo mismo con el de Jarrow. En la década de 870, la mayor parte de Inglaterra al norte del Támesis ya estaba sujeta a los vikingos. Pero aún no habían sucedido los acontecimientos más memorables de esta historia.
Éstos comenzaron en el invierno de 878, cuando los vikingos se internaron por fin en el reino de Wessex, una decisión que obligó al rey sajón Alfredo a huir a una ciénaga. Fue un momento crítico, en el que Wessex estuvo al borde del colapso. El reino perduró gracias a la inteligencia política y militar del rey, que mil años después le valdría la admiración de Voltaire: «No creo que haya habido nunca en el mundo un hombre más digno de respeto de la posteridad que Alfredo el Grande». El monarca expulsó a los vikingos de sus tierras y fundó ciudades a las que rodeó de fortificaciones, así como mercados a fin de cobrar impuestos que sirvieran para mantener un ejército permanente y evitar, así, la sorpresa de un ataque de los terribles «ladrones del mar». Las refriegas eran continuas, habida cuenta de la fuerte instalación de los vikingos en la costa de Northumberland y la facilidad de navegación desde su bases en el continente. Se sucedieron años de saqueos y de pactos, y los descendientes de Alfredo tuvieron que elegir entre la diplomacia o la guerra.



En 937, el rey Atelstan, nieto de Alfredo, optó por jugarse el reino en la batalla de Brunanburh, con resultado inicialmente incierto, pero que a la postre fue un triunfo que consolidó a los miembros de la dinastía sajona de Wessex como los verdaderos reyes de los ingleses. Fue tal la resonancia de su triunfo sobre los hombres del norte que los reinos continentales lo tuvieron como ejemplo a la hora de contener el empuje vikingo en sus tierras. Lo hizo, sobre todo, el duque de Sajonia Otón el Grande, que con el tiempo se ceñiría la corona del Sacro Imperio Romano Germánico. En 929, Otón se casó con Edith, hermana de Atelstan, para fortalecer los lazos con la emergente Corona inglesa.
Desde su privilegiada posición, Edith contribuyó a la estrategia política de su marido instándole a fundar el gran monasterio de Magdeburgo, clave de la expansión alemana hacia el este. Pero también siguió de cerca la política de su hermano Atelstan de fundar la ciudad fronteriza de Exeter para consolidar su dominio sobre el país de Cornualles y el suroeste de Gran Bretaña. En 938, Atelstan se hizo coronar rey en la ciudad de Bath, un lugar famoso por sus reliquias de santos de época romana, con el deseo de competir –sin lograrlo, naturalmente– con la brillante aureola de Roma. Convenció a algunos príncipes de dinastías célticas para que llevaran su manto río abajo en una ceremonia que vista de cerca era más tosca de lo que el rey de los ingleses había esperado.
Desde luego, Wessex era un reino compacto y Atelstan el rey más poderoso de su tiempo, aunque había señales de alarma en el horizonte. Por un lado, crecía una fuerte tensión en el seno de la casa real, entre los herederos al trono; por otro lado, persistía la siempre inquietante presencia de los vikingos en la frontera septentrional. Ambas circunstancias convergieron cuando falleció el rey Edgar, nieto de Atelstan, en el año 975. Cuando se reunió el Witan, la asamblea de hombres sabios más importantes del reino para elegir al heredero del difunto Edgar, tuvo que escoger entre dos personajes de temperamento muy diferente. El primero, Eduardo,hijo de la primera esposa del soberano, era un adolescente despiadado e inestable, cuya candidatura creaba todo tipo de resistencias. El segundo candidato, Etelredo, era hijo de Elfrida, la segunda esposa del monarca y la mujer más poderosa y ambiciosa del reino. Etelredo contaba con muchas credenciales para ser coronado, salvo una: la edad. Tenía siete años. Como era de esperar, el Witan se decantó por Eduardo. Elfrida se retiró resentida, y desde entonces comenzó a respirarse una atmósfera de guerra civil. En 978, el rey Eduardo se marchó a la costa para cazar. Allí fue rodeado por hombres armados que acabaron con su vida. Fue un escándalo porque por primera vez en la tradición sajona se asesinaba a un rey ungido, lo que llevó la inestabilidad al reino.
La ocasión fue aprovechada por Elfrida para elevar a su hijo Etelredo al trono. Éste pronto fue sospechoso de asesinato, y, lo que era más grave, la inestabilidad hizo crecer la sensación de que en poco tiempo podrían volver los vikingos con sus terribles saqueos de ciudades y aldeas. No era una exageración, ya que en la vecina Northumbria, donde numerosos aristócratas eran escandinavos, se difundían constantes rumores sobre una inminente invasión de los reinos sajones.




La diplomacia intervino para retrasar lo inevitable. Se gastaron grandes sumas en sobornar a los vikingos para que no atravesasen las fronteras; se prefería pagar ese «rescate» a soportar sus incursiones, que eran incluso más gravosas económicamente y resultaban más terribles para la población. Fue entonces cuando apareció en escena el terrible Olaf Trygvasson, apodado Cracabnbe, «Hueso de Cuervo», un noruego con excelente olfato para el pillaje, que en poco tiempo dominó las rutas de navegación inglesas con una pericia fuera de lo común. A comienzos de la década de 990, la fama de Trygvasson era tal que muchos jefes vikingos se unieron a sus expediciones por las costas de Kent y Essex. En cierta ocasión se reunieron más de noventa barcos, saqueando y prendiendo fuego a todo lo que salía a su paso. Fue entonces cuando tuvo lugar la batalla de Maldon, el hecho de armas más importante en Inglaterra en el primer milenio de la era cristiana. En agosto de 991, Trygvasson acampó junto la isla de Maldon, al norte del estuario del Támesis, no lejos de la actual Londres. Allí acudieron los sajones y le retaron a cruzar desde su campamento a tierra firme. Frente a Trygvasson estaba el conde Britnoth, un sajón elegante de cabello rubio, con un pequeño séquito de guardaespaldas cubiertos de hierro. La batalla fue encarnizada y sangrienta, al final de la jornada los sajones huyeron dejando el cadáver del valiente Britnoth, que se había negado a abandonar el lugar. La derrota no dejó a Etelredo más opción que pagar a Olaf un fuerte tributo de diez mil libras, el precedente de otros muchos tributos convertidos en impuestos ordinarios que pasaron a llamarse danegeld.
En 994, el codicioso Trygvasson regresó a por más tributos, atacó Londres y asoló los territorios adyacentes. De nuevo se le pagó para comprar su retirada, lo que generó el sobrenombre de Etelredo, un soberano apocado y cobarde al que comenzaron a llamar Unroed, «el desaconsejado». La ironía era clara: no había reino en Europa que recaudara más dinero que Wessex, pero Etelredo lo debilitó cada vez más al no tener ningún plan para frenar las ambiciones vikingas salvo el pago de rescates permanentes.


Olaf no se contuvo a la hora de exprimir el reino, y la gente comenzó a creer que los ataques de sus huestes eran un presagio de que el final del mundo estaba cerca. A pesar de que el influyente y culto obispo Wulfstan de Londres afirmó que «nadie sabe ni el día ni la hora» del fin de los tiempos, el pueblo estaba cada vez más convencido de que la espada flamígera de los jinetes del Apocalipsis tenía la forma de espada vikinga. En un significativo episodio, los vikingos quemaron una iglesia en Oxford con todos los feligreses dentro; habían acudido allí a refugiarse con la esperanza de que Dios les librara de la muerte. Se produjo un respiro cuando Trygvasson marchó a Noruega con el deseo de ser coronado rey de aquella tierra. Pero el vacío de poder que dejó en Gran Bretaña pronto fue ocupado por un jefe tan frío y calculador como él, aunque más cruel. Era danés, se llamaba Sven y llevaba el apelativo de «Barba de Horquilla». Sin embargo, tras una primera etapa dedicada al saqueo, Sven cambió de estrategia y decidió apoyar a la casa real sajona con la intención cada vez menos oculta de crear un reino danés en Gran Bretaña. Al final consiguió aislar a Etelredo.
Éste envió a su esposa, la culta e influyente Emma, a Normandía, y él languideció en una especie de exilio interior. A su muerte, en 1016, los vikingos se hicieron con el trono gracias a la habilidad de su nuevo jefe, Canuto el Grande, hijo de Sven. Su primer gesto fue contraer matrimonio con la reina viuda Emma y buscar su apoyo en un proyecto político que terminó por convertir a sus sucesores en reyes de los ingleses, poniendo un broche de oro a la historia de los vikingos en Inglaterra.

http://www.historiainglaterra.com/Los-vikingos-y-la-historia-de-Gran-Bretana.aspx
https://es.wikipedia.org/wiki/Inglaterra_anglosajona
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/7765/los_vikingos_inglaterra.html
http://www.mentenjambre.com/2012/12/sajones-vikingos-y-normandos.html
http://www.ab-initio.es/wp-content/uploads/2014/10/02-VIKINGOS.pdf

domingo, 5 de marzo de 2017

EL COSTUMBRISMO LITERARIO ESPAÑOL EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII


El costumbrismo es una modalidad literaria que se interesa por la descripción de los tipos y costumbres de la sociedad. Linda con el realismo, aunque el autor costumbrista prefiere pintar los ambientes populares y típicos. Se expresa en prosa, pero en ocasiones utiliza el verso, en especial el romance narrativo. Estos mismos temas atraen en ocasiones a la literatura dramática como observamos en la comedia de figurón, en la zarzuela realista y en determinados géneros breves entre los que destacan el jocoso entremés y el sainete dieciochesco. La narración en prosa es, sin embargo, su forma de discurso habitual, adaptándose a estructuras formales que van variando con el tiempo. El relato costumbrista muestra casi siempre una intención moral: unas veces se llena de melancolía si observa la desaparición de las viejas costumbres españolas o surge su vena burlesca si las ve postergadas por otras extrañas, casi siempre desde puntos de vista conservadores y casticistas; otras, se impregnan de críticas sociales o morales que reconvienen los vicios, escritas desde la atalaya de sus propias convicciones ideológicas y éticas.

Aunque encontramos descripciones de costumbres aisladas desde la literatura medieval, el costumbrismo se configura como una fórmula autónoma en el siglo XVII. Aparece en esta centuria una abundante producción costumbrista, de variada temática, que tiene relación con géneros como la miscelánea y el ensayo. El cómico Agustín de Rojas Villandrando, considerado como uno de los mejores costumbristas de su tiempo, inaugura este género con El viaje entretenido , obra heterogénea tanto en la forma como en el contenido, que adopta el viaje como pretexto para integrar diversos elementos (poesías, anécdotas, costumbres...). Cristóbal Suárez de Figueroa escribió en diálogos su obra autobiográfica El pasajero , en la cual queda patente la vinculación que existe entre miscelánea (poesía, comedia, anécdotas, sermones) y costumbrismo. Siguiendo el artificio tópico del "alivio de caminantes" en un viaje, ensarta relatos, con descripciones de España y los españoles, a quienes enjuicia con severidad. Antonio Liñán y Verdugo compuso Guía y aviso de forasteros . En la conversación que mantienen cuatro personajes, intercala anécdotas sobre tipos pintorescos de la vida madrileña, cuyas tretas y picardías desenmascara, con la pretensión de que sirva de aviso a los incautos. Es un documento de primer orden sobre las costumbres y gente de la época.

El costumbrismo más original del siglo es el que intenta prescindir del componente novelístico. Juan de Zabaleta y Francisco Santos son sus principales representantes . El primero es autor de El día de fiesta por la mañana  y El día de fiesta por la tarde . En ambas obras, sin renunciar a la intención moral, nos presenta una excelente colección de cuadros costumbristas independientes unos de otros, que retratan las actividades de los españoles en un día festivo. Francisco Santos describe en Día y noche de Madrid  numerosos cuadros de la vida madrileña en la segunda mitad del XVII ligados por una leve fábula novelesca. El objetivo preferido por los narradores barrocos en sus descripciones es Madrid y sus habitantes. Profesiones, costumbres, acontecimientos públicos como romerías y festejos, desfilan por estas páginas con una gran colorido.
En el siglo XVIII se dan dos tipos de costumbrismo: uno es heredero del siglo anterior, mientras que la modalidad más novedosa es el costumbrismo crítico, conservador o progresista, testigo fiel de las reformas sociales que trajo la Ilustración.
El costumbrismo que continúa la tradición barroca pierde paulatinamente el tono moralista y sentencioso y se torna más festivo y pintoresco. El tema predominante será, durante los reinados de los primeros Borbones, la vida frívola de algunos cortesanos, aunque con el tiempo pasará a hacer comentario de determinadas conductas y tipos de la ciudad. En la misma línea de avisos de Liñán y Verdugo están las Recetas morales de Gómez Arias, los anónimos Sucesos trágicos de un pretendiente  y Arte de manejarse en la Corte , Falacias y engaños de la Corte de Luis Ignacio de Quirol, Diálogo entre económico y glotón  de Ángel de la Torre... La obra de Santos genera la pareja cortesano-paleto que pasea por la ciudad y comenta, desde su ignorancia o conocimiento, lo que observa en ella: Aventura en verso y prosa, del insigne poeta y su discreto compañero  de Antonio Muñoz, Carta del Marqués de la Villa de San Andrés de Hoyo Sotomayor, Madrid por dentro y el forastero instruido y desengañado de autor anónimo, Sátira de la vida madrileña  de Francisco de la Justicia, El instruido en la Corte y aventuras del extremeño ... Este costumbrismo evoluciona hacia el pintoresquismo al tiempo que se impregna de un tono sentimental. La descripción de la capital del reino es el motivo fundamental de algunas obras de la última década del siglo, como en Visita de las ferias de Madrid , Mis bagatelas o las ferias de Madrid , El café.
A finales del reinado de Fernando VI empieza a configurarse un nuevo modelo de sociedad con rasgos diferentes a la tradición española que ya desde comienzos del siglo había ido perdiendo algunas de sus señas tradicionales. Surge entonces un relato costumbrista crítico que reflejará la nueva ideología de la Ilustración. Así, un folleto clandestino titulado Virtud al uso y mística a la moda de Afán de Ribera critica las ceremonias trasnochadas y las falsas devociones de la religión católica.
Esta misma línea sigue el folleto el Bello gusto satírico-crítico de inscripciones del erudito Pedro de Estala donde se pasa revista de forma jocosa a los carteles o rótulos de la capital...
La máxima novedad del costumbrismo del Setecientos la encontramos en la prensa. Por vez primera aparecen artículos de costumbres, por lo general en periódicos ilustrados, a través de los cuales pretenden hacer un análisis reformista de la sociedad. No está, sin embargo, configurada todavía la fórmula romántica. Figura destacada del periodismo costumbrista es José Clavijo y Fajardo con El Pensador  donde se pintan críticamente tipos (mujer, petimetra, cortejo...) y costumbres (toros, teatro, tertulias, vestimenta). El publicista canario es un preclaro precedente del talante moral de Larra. Otros periódicos siguieron esta corriente: Diario noticioso, Diario Extranjero, Memorial Literario, El Censor, El Correo de Madrid...

El costumbrismo del XIX se emparenta, de modo tangencial, con el romanticismo y el realismo literarios. Los estudiosos han señalado varias causas para el nacimiento de este movimiento, que intenta pintar en cuadros o escenas una realidad española (matritense primero, de provincias después) y que participa más del tipo que de la individualidad y especificidad psicológica.
Con antecedentes remotos en el realismo de formas novelísticas como la picaresca, el surgimiento del costumbrismo se relaciona con dos hechos cruciales: la existencia de una sociedad en vías de transformación, donde las revueltas políticas, los desengaños y pasiones ciudadanas son abundantes (nos referimos a la época posterior a la invasión napoleónica); y el desarrollo del periódico, que permite transmitir de manera más directa que el ensayo, la novela epistolar o el discurso como modelos de exposición de ideas triunfantes en la centuria anterior, impresiones o ideas.

Su carácter de género independiente y autónomo queda subrayado por el hecho de que sus cultivadores tuvieron conciencia de escribir algo diferenciado de la novela. Mesonero Romanos, en su Panorama (a modo de manifiesto del género), lo definió por su rapidez, agilidad y cuidado estilístico. Los críticos han definido con posterioridad otros elementos formales y discursivos. En especial, la mediación que se produce entre el mensaje y el receptor a través de la figura de un narrador omnisciente (que se presenta por lo general escondido tras un seudónimo) a quien liga con el lector una complicidad, a modo de guiño, basada en la pertenencia a un mismo sistema de coordenadas culturales, espacio-temporales y morales.
La crítica también ha discutido, en el terreno del contenido, el grado de conformismo político e ideológico del género, que fluctúa desde la queja de Larra, al sosiego de Mesonero Romanos y el lirismo romántico de Estébanez Calderón. También se han señalado las diferencias entre el llamado género costumbrista y la novela de costumbres, que procura el análisis de conflictos sociales y humanos individualizados en los personajes, frente a la ausencia de caracteres del costumbrismo, en aras de la esquematización de la realidad y su abstracción en tipos.

Entre los autores y obras más representativos podemos citar a Larra (El Duende Satírico del Día,; Mesonero Romanos (Panorama, Mis ratos perdidos, Escenas matritenses); Estébanez Calderón (Cartas españolas, Escenas andaluzas), Sebastián Miñano y Bedoya (Lamentos políticos de un pobrecito holgazán), Antonio María Segovia, Santos López Pelegrín, Los españoles pintados por sí mismos (publicada por Boix en , Antonio de Trueba, Vicente Barrantes, Luis Taboada, Luis Mariano de Larra e Isidoro Fernández Flórez. A finales de la centuria, el género acabaría por desaparecer, aunque sus mejores exponentes ya se habían producido más de un tercio antes de su defunción definitiva.

Bibliografía

  • CORREA CALDERÓN, E.: Costumbristas españoles
  • ----: "Los costumbristas españoles del s. XIX", en Bulletin Hispanique, LI 
  • ESCOBAR, José: Los orígenes de Larra, Madrid
  • ----:"La mímesis costumbrista", en Romance Quarterly
  • ----: "Costumbrismo y novela", en Insula,
  • FONTANELLA, L.: "The Fashion and Styles of Spain's Costumbrismo", en Revista Canadiense de Estudios Hispánicos
  • MARUN, A.: Orígenes del costumbrismo ético-social
  • MONTESINOS, J. F. : Costumbrismo y novela. Ensayo sobre el redescubrimiento de la realidad española
  • VÁZQUEZ MARÍN, Juana: "Literatura costumbrista", en Historia literaria del siglo XVIII en España,
    http://www.enciclonet.com/articulo/costumbrismo/