martes, 14 de julio de 2015

GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS....ORIGEN E IMPLICACIONES DE LOS DIVERSOS PAISES EUROPEOS




Nombre con el que se conoce una serie de conflictos que tuvieron lugar en la Edad Moderna y en los que tomaron parte, en mayor o menor medida, todos los países europeos. Se trata de un conflicto con unas causas muy complejas, repartidas a partes iguales entre políticas, religiosas y económicas. Además, es una dura pugna que no sólo se libra en el campo de batalla, sino que las implicaciones de las diferentes diplomacias ponen en juego intereses aún más complicados, teniendo lugar gran parte de la resolución final en los despachos de los consulados o en entrevistas diplomáticas secretas. La idea central de la Guerra de los Treinta Años es una lucha que, pese a las diversas ramificaciones que encuentra, se basa en una pelea sin cuartel contra la preponderancia de la casa Habsburgo en las monarquías europeas.

Orígenes del conflicto

La dinastía de los Habsburgo, comúnmente denominada la casa de Austria, controlaba en el siglo XVII los dos estados más importantes del continente europeo: España y el Imperio Alemán. Lo que los historiadores han denominado como enlace Madrid-Viena funcionaba a la perfección, dotando al linaje de una gran cohesión interna en todos aquellos frentes donde se veía obligado a combatir. Un solo peligro acechaba tan extraordinario poder: el mantenimiento del status religioso. En efecto, gran parte de los territorios imperiales, en especial los de Brandeburgo, Sajonia y Baviera, a la vez que crecía su importancia económica y social adoptaban la Reforma protestante. Esta aceptación reformista halló un importante acomodo en ciertas zonas donde el catolicismo ya había sufrido heterodoxias anteriormente (el ejemplo de Bohemia y de Carintia es ilustrativo). Todo ello tiene el añadido de los problemas sucesorios que ocurrían en el Imperio en el primer tercio del siglo XVII.
En la casa Austria era habitual que el futuro emperador fuese antes nombrado Rey de Bohemia, como previo paso al trono imperial. Así pues, en el año 1612 Matías de Habsburgo, Rey de Bohemia, sucedió a su primo Rodolfo II como emperador. Tras unos primeros años de tranquilidad, en 1617, el nuevo emperador convocó una Dieta en la que consiguió la aprobación de la candidatura de su primo, Fernando de Estiria, como su sucesor en la dignidad, al carecer de herederos directos. Sin embargo, éste era un príncipe católico muy intransigente, lo que despertó ciertos recelos en la nobleza checa y húngara, mayoritariamente protestante. El asunto cobró matices de rebelión cuando el nuevo canciller del reino de Bohemia (naturalmente nombrado por el nuevo monarca Fernando), de nombre Lobkowicz, apartó a la nobleza de los puestos de poder del reino. La situación se volvió cada vez más tensa hasta que, en 1619, el pueblo levantado bajo el auspicio de su clase dirigente ajustició a los odiosos oficiales católicos que sembraban el pánico entre la población. Este incidente es conocido como la defenestración de Praga y fue la chispa que desencadenó todos los acontecimientos: Fernando de Estiria, suplantando la autoridad imperial, decidió el envío de un contingente de tropas con dirección hacia el reino insurrecto; mientras tanto, los nobles checos intentaron nombrar una comisión que negociase directamente con el emperador. Pero, repentinamente, Matías falleció , con lo que Fernando de Estiria pasó a ser el emperador Fernando II y anunció su intención de ponerse a la cabeza de las tropas para prevenir la insurreción. Ante esto, los estados de la corona de Bohemia (la propia Bohemia, Moravia, Silesia y Lusacia) destituyeron a Fernando II, se asociaron en una confederación de estados independientes y proclamaron como rey a Federico V, elector del Palatinado y jefe de la Unión Evangélica. Y así, al unirse las motivaciones religiosas con las políticas, lo que en un principio parecía un breve conflicto territorial germano acabó convirtiéndose en una guerra europea.

Las implicaciones de los distintos países europeos

Poco tiempo tardó el nuevo emperador en hacer realidad su intención de convertir el Imperio en un estado católico centralizado, pero ello provocó la reacción en cadena de los diferentes estados europeos:
1- Por una parte, en 1621, finalizaba la llamada Tregua de los Doce Años en el inacabable conflicto que enfrentaba a España contra las Provincias Unidas, lo que hoy conocemos como Países Bajos. Los protestantes centroeuropeos se sentían amenazados por el férreo catolicismo imperial, por lo que las Provincias Unidas apoyaron, primero diplomáticamente y después militarmente, a los calvinistas alemanes. Por lo que respecta a España, quizá su entrada en el conflicto se deba achacar únicamente a la necesidad de proteger la ruta terrestre que le comunicaba con sus posesiones en Flandes, el famoso Camino Español. Pero la ambición del primer ministro español, el conde-duque Olivares, en busca de una dominación Habsburgo desde el Báltico hasta el Mediterráneo, hizo de la presencia española una constante. Ésta no será la única vez que la ambición del conde-duque desempeñe un papel fundamental en el conflicto.
El Conde-Duque de Olivares. Velázquez. Museo del Prado. Madrid.
2- Por lo que respecta a Francia, el gobierno de los cardenales Richelieu y Mazarino siempre se movió hábilmente en los problemas políticos europeos, sobre todo, a nivel diplomático. La posición francesa en el conflicto fue muy ambigua. El tradicional catolicismo del reino chocaba fuertemente a la hora de establecer una posible alianza con los príncipes protestantes que luchaban, precisamente, contra los católicos Habsburgo; sin embargo, la razón de Estado fue más fuerte. Primero Richelieu y después Mazarino insistieron en la necesidad de detener la amenaza española sobre los intereses fronterizos de su reino, enfrentándose además contra la idea de la hegemonía Habsburgo en Europa.
Cardenal Richelieu. Medalla. Museo Lázaro Galdiano. Madrid.
3- Como ya habíamos anunciado brevemente con anterioridad, la ambición personal de muchos dirigentes europeos  sobre todo, Wallenstein y Bernardo de Sajonia-Weimar hizo a todos los estados europeos poner en juego sus tropas y su prestigio en un conflicto del que todos pretendían sacar beneficio.

La guerra en el Imperio (1619-1635)

Pese a la rapidez del inicio del conflicto, lo cierto es que ni Federico V ni Fernando II se encontraban bien situados para enfrentarse abiertamente: el primero de ellos sólo contaba con las tropas insurrectas del reino de Bohemia y enseguida comenzó a tener problemas entre sus nuevos súbditos debido, como no, a su excesivo autoritarismo. Para colmo de males, en esta primera fase del conflicto ni Francia ni Inglaterra ni las Provincias Unidas le brindaron más apoyo que el moral.
Fernando II tenía los mismos problemas que el elector palatino pero, a diferencia de éste, desde su entronización imperial se le fueron sumando apoyos militares: primero el de los electores de Sajonia y Baviera y después el de las tropas de la Liga Santa, al mando del mariscal belga Tilly. Por si esto fuera poco, en 1620 el monarca español Felipe III prestó su apoyo enviando al general Espínola de a la cabeza de un ejército que, sin previo aviso, ocupó los territorios del Bajo Palatinado. La acción continuó con la invasión, por parte de las tropas de Tilly, del reino de Bohemia. Así pues, el conflicto terminó como todo parecía indicar: las escasas y poco organizadas tropas checas fueron derrotadas en la batalla de la Montaña Blanca
Como era de esperar, la represión que siguió a la derrota de los ejércitos de Bohemia y Moravia fue durísima. La casa Habsburgo se aseguró prácticamente la asociación de dichos estados a su linaje y los dirigentes de la insurrección fueron perseguidos y ajusticiados, pero la victoria política y militar fue mucho más allá. Se declaró proscrito el calvinismo en Bohemia al abolir Fernando II, la Carta de Majestad; a la persecución política le siguió la persecución religiosa, con el correspondiente éxodo de pastores y fieles, antes de que, fuese decretado la expulsión definitiva de los eclesiásticos protestantes y,gracias a la reorganización católica llevada a cabo por los jesuitas, se exhortase a los habitantes a convertirse al catolicismo o abandonar el país. Era la gran victoria de la Contrarreforma en uno de los marcos tradicionalmente protestantes de la Europa central.
Pese a ello, el emperador no se contentó y quiso dar un escarmiento ejemplar a Federico V, huido tras la derrota militar. Consiguió que una Dieta formada casi exclusivamente por príncipes católicos, dictara la confiscación de bienes del elector palatino y la pérdida de su dignidad electoral, que pasó a manos del duque Maximiliano de Baviera, además de repartir el territorio del Palatinado entre éste y las tropas españolas de Espínola.
Sin embargo, lejos del lugar del conflicto, se producen unos cambios que pesarán mucho sobre él. El advenimiento del nuevo monarca español, Felipe IV , trae consigo un nuevo primer ministro, el conde-duque de Olivares. Sólo tres años más tarde , el cardenal Richelieu accedió al poder en Francia: ambas personalidades estaban condenadas a enfrentarse por sus diferencias de criterios. Además el monarca danés, Cristian IV, se erigió en la cabeza visible del descontento de los príncipes protestantes, pues ambicionaba controlar todas las salidas del imperio hacia el mar del Norte y el mar Báltico para seguir siendo el dueño de las rutas comerciales, tal y como lo era debido a sus posesiones en el continente (el istmo de Jutlandia y los obispados de Bremen, Verder y Osnabrück). El resultado de ello fue la firma, en diciembre de 1625, de un tratado por el que se comprometía a hacer la guerra contra el emperador.
Felipe IV coronado por Olivares. Juan Bautista Mayno.
Debido al cariz de los acontecimientos, Fernando II decidió reclutar un ejército para no estar dependiendo de la Liga Santa y de su jefe, Maximiliano de Baviera. El mariscal Albert de Wallenstein fue el encargado de realizarlo, asegurándose además un inmenso territorio entre Bohemia y Silesia, así como la dignidad de príncipe del Imperio
La entrada de Dinamarca en el conflicto es un hecho, cuando las tropas de Cristian IV al mando del general Mansfeld penetraron en la Baja Sajonia. Sin embargo, Wallenstein les derrotó en la batalla de Dessau  y los daneses se replegaron hacia su territorio y firmaron un tratado, por el que se comprometían a no intervenir más en los problemas internos del Imperio y renunciaban a los obispados del Norte que estaban bajo su jurisdicción.

La intervención de Francia y Suecia.

El otro hecho fundamental que define esta primera fase del conflicto es la promulgación, por parte de Fernando II, del Edicto de Restitución , según el cual los protestantes debían restituir todos los bienes secularizados desde 1552. La oposición de los electores protestantes, sobre todo los de Sajonia y Brandeburgo, no impidió que las tropas de Wallenstein y Tilly se encargasen de que la orden fuese cumplida utilizando las armas, si ello fuese menester. El cambio de fuerzas desde el sector protestante al católico, así como los continuos contactos diplomáticos entre Fernando II y el conde-duque de Olivares hicieron que las potencias europeas tomasen cada vez más conciencia de que lo que estaba en juego no era otra cosa que una gran alianza Habsburgo por el dominio de Europa. Incluso varios príncipes católicos, como el propio Maximiliano de Baviera, se mostraron celosos de la influencia que Madrid tenía en las acciones del Imperio, a raíz de lo cual iniciaron una leve campaña de protesta.
En Francia, el cardenal Richelieu cada vez era más consciente del peligro que la guerra en el Imperio representaba para los intereses de su país, pero no podía hacer nada más que esperar la ocasión de intervenir. Así pues, en julio del año 1630, los legados de Francia en la Asamblea Electoral de Ratisbona, convocada a la sazón por Fernando II para que éstos ratificasen a su hijo como rey de romanos (previo paso a la hereditabilidad del trono imperial), supieron explotar hábilmente el descontento de los electores católicos, recordando continuamente el peligro de la acción española sobre Europa. Maximiliano de Baviera se distinguió como el máximo aliado de los intereses de Richelieu, firmando ambas entidades una tregua de ocho años, después de que la asamblea de Ratisbona no aceptase la imposición imperial.
En estos años Francia va a contar con un nuevo aliado sorpresa: Suecia. El rey Gustavo Adolfo ardía en deseos de intervenir tras el fracaso de su rival Cristian IV unos años antes. El pretexto que tomó el León del Norte, como se conocía al monarca sueco en la época, fue la toma, saqueo e incendio de Magdeburgo  por las tropas de Tilly, como consecuencia de la aplicación del Edicto de Restitución. Escandalizados por tan cruento acto, varios príncipes alemanes reforzaron sus simpatías por el rey de Suecia que, gracias al mando efectivo de Bernardo de Sajonia-Weimar sobre sus tropas, derrotó a Tilly en la batalla de Breitenfield . Lejos de contentarse con dicha victoria, Gustavo Adolfo se dirigió hacia Renania y Turingia, cruzando el Rin y penetrando en Maguncia a finales de 1631, donde incluso estableció una especie de gobierno provisional.
Pese a los intentos de negociación llevados a cabo por la Liga Santa y por el propio Richelieu, que pensaba que la aventura sueca había llegado demasiado lejos, Gustavo Adolfo se mantuvo inflexible en su postura. En abril de 1632 reanudó las hostilidades al invadir Baviera, derrotando nuevamente a Tilly, que falleció a consecuencia de las heridas recibidas en el combate y entró en Munich al lado de Federico V, aunque éste falleció también pocos meses más tarde.
El emperador Fernando II observaba cómo los acontecimientos se precipitaban en su contra y tomó la única determinación que le quedaba: volver a rogar al mariscal Wallenstein que se hiciera cargo de las tropas imperiales, a cambio, naturalmente, de nuevas promesas sobre gobiernos territoriales y dignidades varias. El encuentro definitivo tuvo lugar en la batalla de Lutzen. De nuevo, Bernardo de Sajonia-Weimar se reveló como el mejor estratega del continente, al infligir una derrota impresionante a las antaño invencibles tropas de Wallenstein. Sin embargo, la valentía del León del Norte llegó a su capítulo final, puesto que su inusual costumbre, para la época, de dirigir las cargas de caballería en primera línea le sirvió para encontrar la muerte en dicha batalla.
El año siguiente , fue un período de tensa calma entre las naciones europeas. La coalición sueca, encabezada ahora por el canciller Axel Oxenstierna (regente del reino durante la minoría de edad de la reina Cristina), se difuminaba poco a poco, pese a los esfuerzos del canciller por renovar sus pactos con los reinos protestantes del Imperio. No obstante, esta vez fue el propio Wallenstein, que se había retirado a sus posesiones de Friedland donde gobernaba con absoluta impunidad, quien ofreció secretamente sus servicios a Suecia y a Francia, quizá pensando en obtener el reino de Bohemia como recompensa a su traición. La colérica reacción del emperador Habsburgo no se hizo esperar: con la ayuda y complicidad de varios comandantes de Wallenstein leales a la causa imperial, mandó asesinarle en febrero de 1634.
El definitivo encuentro entre Suecia y el imperio tuvo lugar en la batalla de Nordlingen , donde la ayuda de contingentes españoles fue crucial para el éxito del emperador Fernando II. Finalmente, suecos y protestantes alemanes tuvieron que firmar los acuerdos de Pirna-Praga donde se restituían los status vigentes por el tratado de Augsburgo y se eliminaban las ligas de contendientes. El acuerdo estuvo rodeado de un amplio consenso entre los distintos firmantes, por lo que se auguraba una larga paz en Europa, al menos en los territorios imperiales.
Nada más lejos de la realidad: las tensiones franco-españolas se habían acrecentado. Por una parte, debido a la guerra encubierta que sostenía Francia contra los intereses españoles y, por otra, a que la ambición de dichos intereses ensombrecía el panorama de la paz decretada en los acuerdos. Así pues, el hábil cardenal Richelieu comenzó la movilización de sus tropas, para lo que contrató a Bernardo de Sajonia-Weimar, también estableció importantes destacamentos militares en todas las zonas fronterizas francesas y firmó acuerdos con todos los países europeos (en especial, con las Provincias Unidas y con Suecia), haciéndoles ver la existencia de un enemigo común a todos ellos. Finalmente, aprovechando una excusa, la ocupación de la neutral fortaleza de Tréveris por los españoles, Luis XIII de Francia declaró la guerra a Felipe IV de España (19-V-1635)

El conflicto franco-español

El impacto psicológico de dicha declaración fue brutal. Esgrimiendo el argumento religioso, nadie en toda Europa podía creerse el conflicto desatado entre los dos países europeos más férreos defensores del catolicismo, en Francia la guerra fue utilizada en contra de Richelieu por sus detractores. Tradicionalmente, la explicación que han dado los historiadores estaba basada en la enconada e inaudita rivalidad que mantenían los primeros ministros de ambos reinos: el cardenal Richelieu y el conde-duque Olivares. Sin embargo, más allá de la rivalidad y de los intereses religiosos, lo cierto es que el enfrentamiento franco-español se entiende perfectamente si observamos la Guerra de los Treinta Años no como una guerra de religión sino como la lucha entre dos países, dos ideas, dos planteamientos socioculturales, por hacerse con la hegemonía política de Europa.
La guerra no comenzó bien para Francia: a la lamentable situación económica de su reino se le sumó la declaración de guerra del emperador Fernando II, naturalmente, obligado por los pactos de familia. La pretendida invasión de los Países Bajos por Francia fracasó, a la vez que los españoles se apoderaron de la importante plaza fuerte de San Juan de Luz y tomaron Corbie, iniciando la invasión de Picardía
Sin embargo, a finales de año la situación cambió. Los franceses recuperaron Corbie y las tropas suecas, que habían comenzado la guerra en el norte del Imperio, lograron derrotar a los aliados imperiales en la batalla de Wittstock (4-X-1635). Desde este momento, la confrontación se convirtió en un nudo de pequeños combates, sobre todo, asedios a las principales ciudades de los Países Bajos y una toma de posesiones previa a la ofensiva final, en el caso de que hubiese el dinero necesario para pagar a las desmotivadas tropas.

El fallecimiento de los antagonistas

Un hecho importante que define estos años es la muerte del emperador Fernando II . El nuevo emperador, su hijo Fernando III, no concebía la lucha con tanta ansiedad como su padre y, desde luego, se mostró mucho menos receptivo que éste a la hora de las alianzas con Madrid. Así pues, las diferencias de criterio que se establecen entre los aliados españoles se mostraron fatales en el devenir del conflicto. Entre 1638 y 1642, los éxitos franceses fueron importantísimos, logrando, en perfecta comunión con sus aliados suecos y centroeuropeos, dominar la estratégica ciudad de Brisach, situada en el centro de las comunicaciones terrestres entre España, el Franco Condado y Austria. Brisach fue tomada en diciembre de 1638 gracias a la pericia que, de nuevo, mostró Bernardo de Sajonia-Weimar, aunque éste falleció poco después para alivio de Richelieu, cansado de las continuas peticiones económicas y territoriales del general sajón. Por si ello fuera poco, el almirante holandés Tromp logró cortar también la comunicación marítima entre España y sus posesiones en Flandes destruyendo la escuadra española en la batalla de Douvres
La situación en España comenzaba a ser peligrosa: los continuos desastres en los conflictos europeos, así como el descrédito en el que poco a poco iba cayendo el conde-duque Olivares, provocaron los levantamientos secesionistas de Portugal y Cataluña, ambos en 1640. Como era de esperar, Richelieu se apresuró a sacar el beneficio acostumbrado de las situaciones extrañas; a tal efecto, firmó un tratado de amistad con el nuevo reino de Portugal  y ordenó la ayuda de un contingente militar francés que penetró en la Ciudad Condal el mismo mes, para asistir a la renuncia de la soberanía española sobre Cataluña y proclamar a Luis XIII como Conde de Barcelona. Al mismo tiempo, el ejército francés al mando del mariscal La Meilleraye ocupó el Rosellón con el objetivo de tomar Perpiñán, hecho consumado en septiembre del mismo año. España se tambaleaba.
Por lo que respecta a la lucha en el Imperio, los alemanes estaban cada vez más cansados de los conflictos bélicos, hecho que parecía preparar un amplio consenso para la paz. El hastío que había producido la guerra en el Imperio tuvo como efecto más notable la repuesta negativa que el emperador Fernando III obtuvo en la Dieta de Ratisbona , convocada para obtener dinero de los príncipes y detener la invasión de Bohemia por el mariscal sueco Baner. Rotos, desmoralizados y sin dinero, los soldados alemanes nada pudieron hacer, frente a las bien pertrechadas tropas de Baner, quien les infligió un severo castigo en la segunda batalla de Breitenfield . En diciembre de ese mismo año, falleció el cardenal Richelieu y, apenas unos días más tarde , el conde-duque Olivares fue sustituido en el gobierno español. A la vista de los acontecimientos, Fernando III preparó el terreno de la negociación.

De la batalla de Rocroi a los tratados de Westfalia.

Cuando toda Europa asistía a lo que parecían ser los prolegómenos de una paz negociada, el monarca español Felipe IV decidió contratacar, aprovechando, como hiciese Richelieu tres años antes, la precaria situación del reino francés. Allí el nuevo dirigente, el cardenal Mazarino, contó con la negativa en pleno de todo el país al querer continuar la obra de su predecesor en el puesto. Para aumentar más la confusión, Luis XIII falleció en mayo de 1643.
Así pues, las tropas españolas, al mando del gobernador de Flandes don Francisco Melo, iniciaron el asedio de Rocroi , batalla clave en el desarrollo del conflicto franco-hispano. El ejército francés, al mando del joven duque D´Enghien, asestó un golpe definitivo a los antaño invencibles Tercios de Flandes (más de 8.000 muertos). Mazarino, eufórico tras la victoria, decidió acabar la guerra en el Imperio, ordenando la invasión de Bohemia y Moravia a las tropas que habían sido de Bernardo de Sajonia-Weimar y que ahora estaban capitaneadas por el conde de Turena. La victoria francesa en la batalla de Nördlingen  amenazó gravemente la integridad física de los Habsburgo vieneses, que sólo lograron detener el avance de las tropas franco-suecas firmando la paz de Osnabrück.
El último y desesperado intento español por retrasar la inevitable derrota tuvo lugar en la batalla de Lens , donde el duque D´Enghien, ahora ya príncipe de Condé tras la muerte de su padre, logró vencer de nuevo al ejército español al mando del archiduque Leopoldo. Con esto se confirmaba la debilidad de unas tropas españolas cansadas de luchar sin tregua desde años atrás. La paz se aprestaba a llegar.

Los tratados de Westfalia.

Con el nombre genérico de Tratado de Westfalia se designan al conjunto de tratados firmados en 1648 por los que se puso fin a la Guerra de los Treinta Años. Es decir, no se trata de un solo tratado sino de un sistema de paces:
1-Paz de Osnabrück- Firmada entre Suecia y el Imperio. Como resultado de los intercambios territoriales, Suecia pasó a controlar las desembocaduras de los grandes ríos alemanes: el Oder, el Elba y el Wesser, aumentando su control en la zona continental.
2-Tratado de Münster- Firmado entre España y las Provincias Unidas, donde se reconocía la independencia de los Países Bajos.
3-Tratado de Westfalia- Firmado entre España, Francia y el Imperio. Francia logró, como compensaciones territoriales, la mayor parte de Alsacia.
Dominios españoles en Europa tras la paz de Westfalia.
Como resumen, el conjunto de tratados confirmó el declive de los Habsburgo en la hegemonía continental, que pasó a ser detentada por dos países: Francia en el sur y Suecia en el norte. Además, fue instaurada la libertad de culto entre los distintos estados firmantes, por lo que se puso fin a décadas marcadas por las luchas religiosas. Atrás quedaban los estados agotados y más de 100.000 muertos. O al menos eso parecía.

La guerra franco-española (1648-1660)

A raíz de las revueltas de la Fronda y de las sublevaciones de varias ciudades francesas contra la política del cardenal Mazarino, Francia se volvió a encontrar en una situación comprometida. Naturalmente, ello fue aprovechado por los españoles para continuar la lucha, esta vez sin aliados europeos, salvo el caso de algunos militares franceses, como Turena y Condé que, cegados por la ambición, se pusieron al frente de las tropas españolas en el nuevo asedio de Rocroi (1653).
Ejércitos españoles en la Guerra de los Treinta Años.
Mazarino logró controlar hábilmente la situación y acabar primero con sus problemas internos (fin de La Fronda en 1652) para pasar a ocuparse de los externos. Para ello, contó con la vuelta a la escena europea de, tal vez, la única potencia que aún no había combatido directamente en el conflicto: Inglaterra. Efectivamente, las guerras civiles desatadas por los partidarios de la República  habían alejado a los británicos de las luchas continentales. Sin embargo, una vez controlada la situación, Cromwell decidió intentar aprovecharse de la debilidad de sus rivales continentales vendiendo su alianza. Primero fue España la que contactó con el puritano inglés, pero éste acabó firmando en 1655 un tratado de amistad con Mazarino, a cambio de varias ventajas comerciales y la cesión de Dunkerque. Como resultado de la ruptura de relaciones entre Inglaterra y España, una flota inglesa se apoderó de las Antillas españolas en 1655, trasladando los conflictos europeos al Nuevo Continente. Además, Mazarino se aseguró, en 1658, la neutralidad del resto de países europeos en el conflicto tras la formación de la Liga del Rin, alianza defensiva comprometida a defender lo firmado en Westfalia.
En 1657, Francia e Inglaterra decidieron solventar el conflicto por la vía rápida, para lo cual aprobaron la formación de un ejército común de unos 20.000 soldados que tenía como principal objetivo tomar Dunkerque por tierra mientras la flota inglesa apoyaba la acción con su artillería naval. Las tropas francesas al mando de Turena, que había vuelto a la causa francesa, no sin asegurarse antes varias cesiones territoriales, se enfrentaron al contingente español, dirigido por Condé y por el hermano de Felipe IV, Juan José de Austria, quien, en un patético intento por regresar al pasado glorioso, se hacía llamar Juan de Austria. La derrota española en la batalla de las Dunas  confirmó el desastre de los Habsburgo peninsulares: con el país asolado por las penurias económicas, con la moral bajo mínimos y con las tropas en situación de motín, España tuvo que iniciar las definitivas conversaciones de tregua con Francia.
Sin embargo, el apocalipsis bélico tampoco había finalizado en el norte de Europa. El nuevo monarca sueco Carlos Gustavo X, rey tras la abdicación de Cristina en el año 1654, no se conformó con las ganancias territoriales obtenidas tras Westfalia y Osnabrück, por lo que decidió, en 1655, invadir Lituania y Polonia, entrando en conflicto con Rusia y con Dinamarca. Nuevamente, tuvieron que ser necesarios más de cinco años de crudos enfrentamientos entre los países del Báltico para que se llegara a una paz negociada.

Los Tratados de los Pirineos.

Nuevamente, éste es el nombre genérico que se le ha dado a tres tratados, firmados entre 1660 y 1661:
1-Tratado de Oliva- Firmado entre Polonia y Suecia. Esta última se aseguró para su gobierno la Livonia inferior, a la vez que el elector de Brandeburgo obtuvo la soberanía de Prusia. Este tratado se complementa con la paz de Kardis, firmada entre Suecia y Rusia con el resultado de la cesión a Suecia de Ingria y Carelia.
2-Tratado de Copenhague- Firmado entre Dinamarca y Suecia, en él se dan ciertos intercambios territoriales y algunas garantías de finalización del conflicto.
3-Tratado de los Pirineos- (Véase Tratado de los Pirineos) Firmado el 7 de noviembre de 1659 entre Mazarino, en representación francesa, y don Luis de Haro, en representación española. España perdió el Rosellón, la Cerdaña y varias posesiones en los Países Bajos y en el Franco Condado, pues pasaron todas ellas a manos francesas. Además, una cláusula del tratado obligaba a la infanta María Teresa a contraer matrimonio con el rey francés Luis XIV, a cambio de pagar una dote de 500.000 escudos de oro. Este hecho será, en el año 1700, el desencadenante de la llegada al trono español de un representante de la casa de Borbón: Felipe de Anjou, el hijo del matrimonio pactado en los Pirineos.
Luis XIV de Francia. Rigaud. Louvre. París.

Consecuencias de la Guerra de los Treinta Años

Naturalmente, hemos de hablar del desastre demográfico que asoló Europa durante más de cincuenta años. La crisis no sólo se debió a las propias bajas militares sufridas por los ejércitos, sino que influyó negativamente en el crecimiento económico y social de todos los países contendientes. Además, el hecho de las carencias económicas que afectaron a todos los participantes derivó, en una gran mayoría de casos, en un pillaje desmedido cometido por las tropas militares, hecho que fomentó bastante todas las leyendas negras que se cuentan sobre los soldados, españoles y franceses, principalmente. Sin embargo, si hay que quedarse con un sólo dato que defina el conflicto, éste no ha de ser otro que la ambición. A lo largo de estas líneas han desfilado toda una pléyade de traiciones, rebeldías, militares mercenarios que se vendían por prebendas y dirigentes obstinados en sacrificar todos los recursos de un país en pos de un objetivo imposible. Todo ello sucedió en Europa, en la misma Europa que ahora se intenta construir unida. Es de esperar que la lección haya sido aprendida y que los fantasmas del pasado no descargen su oneroso peso sobre las mismas espaldas sufridoras de los conflictos militares, pues tanto en aquél caso como en otros más cercanos, los verdaderos vencidos no fueron otros que los habitantes de Europa.
BIBLIOGRAFIA

    • BENASSAR, B. et al. Historia Moderna.
    • Historia del Mundo Moderno. New Cambridge Modern History. 
    • LIVET, G. La guerra de los Treinta Años.
    • MORAZÉ, Ch. & WOLFF, Ph.- Los siglos XVII y XVIII.
       http://www.enciclonet.com/articulo/guerra-de-los-treinta-annos/

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