miércoles, 20 de julio de 2016

EL FEUDALISMO...CONSOLIDACION Y CRISIS SIGLO X AL XIII

                      
Con el comienzo del milenio se llegó a la consolidación tanto del régimen feudal propiamente dicho como del señorío. El fundamento de las relaciones feudovasalláticas era la prestación de servicio y ayuda militar por parte del vasallo a cambio de un beneficio, el feudo. De ser una recompensa gratuita, como lo había sido en el Bajo Imperio romano, había pasado hacía tiempo, sobre todo en época carolingia, a convertirse en la condición sin la cual no se conseguían vasallos. En palabras de Julio Valdeón, “vasallaje y beneficio se habían fusionado, lo que quiere decir que el sistema feudal, en su aspecto jurídico-institucional, había nacido".
A partir del siglo X estas relaciones proliferaron y se generalizaron. Se revistieron de un ritual que, aunque con variaciones y en algunas zonas ya prácticamente constuido dos o tres siglos antes, era muy similar en todas partes: consistía en el contrato del homenaje, ceremonia mediante la cual se prestaba el vasallaje y, a continuación, la investidura, por la que el vasallo obtenía su feudo. Robert Boutruche lo describe así: “Sin armas, sin cinturón ni caperuza, el dependiente se inclina o se arrodilla ante el señor. Es un instante decisivo: pone sus manos juntas entre las del señor, quien las cierra sobre aquéllas en señal de consentimiento y toma de posesión. Los contratantes intercambian un beso. Es signo de paz, de amistad y de fidelidad... Un segundo acto sigue inmediatamente al homenaje: el juramento de fidelidad, prestado sobre un objeto sagrado. En ese momento se intercambian algunas palabras: uolo o declaración de voluntad, por la que el señor declara que lo recibe como su hombre y el vasallo promete ser fiel”. A continuación tenía lugar la investidura: el señor, que se había comprometido a ofrecer protección al vasallo, le entregaba el feudo, generalmente tierras, pero, ya en esta época, también cargos, castillos, o incluso dinero. Esto se simbolizaba con algún objeto: flores, un puñado de tierra, vara del castillo, monedas, etc. En algunas ocasiones, aunque no es frecuente, había un contrato escrito.


En estos siglos muchas personas presentaban vasallaje a diversos señores; esto daba lugar a situaciones conflictivas, al deber fidelidad a varios señores que podían estar enfrentados entre sí. Se formó así el llamado homenaje ligio, el principal de todos y el que había de prevalecer en caso de conflicto. Faltar a los compromisos del vasallaje, por parte del señor o del vasallo, se denominaba felonía y traía como consecuencia la disolución del mismo y, en el caso del vasallo, la pérdida del feudo. Estos se hicieron hereditarios, aunque los herederos debían renovar el vasallaje y pagar normalmente las rentas de un año al señor. Si el que moría era el señor, los vasallos también se presentaban ante el sucesor, que volvía a adquirir con ellos el mismo compromiso. El vasallo adquiría deberes para con el señor: consejo, ayuda, sobre todo militar, servicios de corte (es decir, acompañarlo en fiestas), servicios domésticos, labores administrativas, intervención en los tribunales, cuya jurisdicción pertenecía al señor, ayuda económica, además de todo tipo de servicios, muchas veces casi irrisorios.
El señor adquiría deberes a su vez: no perjudicar en ningún aspecto al vasallo, protegerlo y darle garantías de seguridad, ayuda material y proporcionarle medios de subsistencia (que en primera instancia hacía al otorgar el feudo), e, incluso, mantenerlo en sus dominios si aún no le había sido concedido éste. Estos señores encabezaban la pirámide social de la Edad Media: no sólo eran los grandes propietarios sino que habían adquirido auténticos poderes que afectaban a los principales aspectos de la sociedad; desde sus señoríos controlaban, sobre todo desde época carolingia, la vida de todas las tierras y personas que había bajo sus dominios. Debido a la debilidad del poder monárquico y a la fragmentación del mismo, los señores feudales habían adquirido la delegación del mando fiscal, judicial, monetario -algunos llegaron a acuñar moneda-, monopolios, derechos de peaje, pontaje, junto a los derechos económicos de todo tipo de tributos, impuestos, rentas, etc. que se derivaban de la posesión de sus tierras. El señorío se había convertido en una unidad de poder y el conjunto de derechos del señor era el llamado ban o bannus.
Pero quizá lo más importante de esas atribuciones era la capacidad de administrar justicia. Existía la justicia real desde luego: el rey era, en última instancia, el máximo administrador de la misma, pero localmente había ido delegando este poder. Así, existía la justicia condal; los condes la administraban en estos grandes territorios, pero la fuerte fragmentación y jerarquización social de la clase dirigente hizo que prácticamente cada señor tuviera su propio poder judicial en sus territorios. Estos señores ejercían la justicia por medio de sus agentes: administradores, ministeriales, etc., en general vasallos que componían los tribunales. Algunas veces, estos agentes, originariamente de estratos más bajos, incluso serviles, terminaban ascenciendo a ciertos escalafones de la clase dirigente en razón de su cargo. De esta forma, la justicia terminaba por aplicarse en ámbitos privados. Frecuentemente había en los territorios cruceros y horcas, como símbolo de que en ellos se administraba la justicia.


El principal símbolo del poder del señor era el castillo, o, en el caso de la Iglesia, los monasterios, catedrales y edificios eclesiásticos. Al principio, el permiso para la construcción del castillo lo otorgaba el rey, pero poco a poco llegaron a edificarse por la simple voluntad del señor, sin que mediara de hecho la intervención real. Estos castillos eran el símbolo del poder y, a la vez, centros de administración de justicia, de recogida de tributos y rentas, almacenes de víveres, residencia de los señores, refugios para los habitantes de la zona, lugar de prestación de homenajes... Se convirtieron así en los centros neurálgicos de la vida de extensiones territoriales considerables.
No todos los señores tenían el mismo poder. Lógicamente, ya se ha dicho que dentro de la misma clase social había una fuerte jerarquización: príncipes, condes, duques, marqueses, barones o castellanos, es decir, desde los señores más poderosos, cuya cabeza era el propio rey y luego los príncipes, hasta los más simples. La categorización variaba de unos países a otros, así como sus relaciones con respecto al rey, incluso al Parlamento en el caso de Inglaterra. Pero, en cualquier caso, prácticamente todos se hallaban dentro de la compleja trama de las relaciones de dependencia existentes. Suele decirse que en la Edad Media cada hombre pertenecía a una familia, a una comunidad, pueblo y a un señor. Un aspecto fundamental y que, en cierto modo, unificaba a todos, era que todos ellos eran quienes practicaban la guerra y eran, por tanto, caballeros. En esta época, debido al desarrollo técnico de armamentos y armaduras, sólo unos pocos tenían posibilidades reales de pagar un adecuado equipamiento. Igualmente, el ideal de caballero para el que se preparaban los nobles se vio culminado por la aspiración, imbuida por la Iglesia, de conquistar Tierra Santa y partir hacia las Cruzadas, especialmente a partir de las épocas en que las guerras de unos nobles contra otros habían disminuido o, cuando menos, se habían regulado, gracias sobre todo al establecimiento de las llamadas tregua de Dios y paz de Dios, que, desde época carolingia, la Iglesia había tratado de imponer entre los señoríos de Europa.
 La Iglesia, como el otro orden incluido en la misma clase gobernante, también estaba sometida a esta feudalización de la sociedad. Por una parte, tenía similares capacidades a las de los señores laicos, al poder administrar justicia o cobrar impuestos y rentas, pero, por otra, estos señores solían intervenir y hacer valer su poder a la hora de nombrar cargos eclesiásticos. Esto originó diversas controversias, sobre todo a partir de la reforma gregoriana. Como recuerda Valdeón, la más destacada fue la que se produjo entre el Papa Gregorio VII y el emperador alemán Enrique IV, que continuó con sus sucesores hasta la firma del Concordato de Worms en 1122, aunque volvió a surgir nuevamente a mediados del siglo XII con Federico Barbarroja y en otros momentos posteriores.




Es evidente que, a pesar de la múltiple jerarquía existente, incluso de las diferencias entre poderes laicos y eclesiásticos, unos y otros (los dos órdenes señalados) pertenecían a un mismo grupo social, el de los señores y gobernantes. Dicho grupo se servía del otro, el de los campesinos y trabajadores, del que dependía para poder vivir. Realmente, los primeros ejercían un poder coercitivo sobre los segundos y entre unos y otros se habían establecido todo tipo de vínculos o relaciones de dependencia, económica y social, aunque también personal, habida cuenta del enorme alcance de los poderes y atribuciones que tenían los señores en todas las facetas de la vida. Por otra parte, la relación económica fue evolucionando progresivamente. Las rentas y prestaciones que los campesinos pagaban a los señores habían sido durante la Antigüedad Tardía y en la época carolingia fundamentalmente de dos tipos: de un lado, su propio trabajo gratuito en las tierras de los señores, en las reservas; de otro, los excedentes de las tierras que ellos mismos cultivaban, es decir, rentas-trabajo y rentas-especie. El pago de dinero, en cambio, era menor; pero a partir de los siglos XI y XII éste comenzó a cobrar importancia, debido al aumento del comercio y la venta de productos manufacturados que empezaban a circular en las ciudades y de los que los señores deseaban proveerse. Así, progresivamente, se fue prefiriendo este tipo de pagos. Las rentas, por otra parte, no se limitaban a las obligaciones contraídas por la tierra, sino al pago de impuestos, censos, etc., que se derivaban de los diferentes poderes, sobre todo judiciales, fiscales y militares que tenían los señores. Una de las más características fue la del diezmo, es decir la contribución de los fieles a la Iglesia con la décima parte de sus bienes. El hecho de que algunos señores tuvieran iglesias propias en sus señoríos hacía que en ocasiones también ellos fueran los beneficiarios.
La clase baja estaba constituida, fundamentalmente, por campesinos; como se ha indicado, los pequeños propietarios de tierras libres, alodios, eran cada vez menos, al igual que los esclavos. Puede decirse que, cuando se habla de población servil en estos siglos, se hace referencia tanto a los campesinos libres o semilibres como a los propios siervos, ya que, en la práctica, todos estaban confundidos en un mismo sistema de dependencia y en una misma realidad social, la de la clase del campesinado frente a la de los señores.
No obstante, dentro de la propia clase de los campesinos comenzó a darse una diferenciación progresiva con el paso del tiempo. La posibilidad de vender los productos excedentes no sólo beneficiaba a los señores, sino también a los campesinos, al menos a algunos que fueron acumulando poco a poco mansos, productos y dinero; incluso llegaban a tener a otros campesinos trabajando para ellos. Frente a éstos, que eran los menos, había otros que sobrevivían y se autoabastecían, aunque la inmensa mayoría seguía en una situación de subsistencia mínima. Esta diferenciación se tradujo en una jerarquización nueva dentro de la clase baja, hasta el punto de que en ocasiones se llegó a reproducir en ella la fórmula jurídica que caracterizaba a la clase alta: hubo efectivamente homenajes serviles, lo que refleja, sin duda, que la mentalidad feudal impregnaba toda la sociedad. Como señala Pierre Bonnassie: “No hay que ver el feudalismo únicamente como un sistema que regula las relaciones internas de una clase dominante. Sobre todo en el sur de Europa es una estructura global que determina la totalidad de las relaciones sociales, de arriba abajo de la sociedad. La mejor prueba de esto es la difusión del homenaje, en forma de homenaje servil, a las capas inferiores del campesinado. El advenimiento del feudalismo y su corolario, la instauración del régimen señorial, tuvieron repercusiones determinantes en las poblaciones rurales”. El campesinado desarrolló sus propias instituciones, especialmente la comunidad aldeana, encargada de mantener el orden y la paz en las aldeas, y formó las asambleas de vecinos o concejos, que no dejaban de ser ciertas delegaciones del poder señorial en las aldeas; con todo, estas formas trajeron consigo cierta independencia de las aldeas y formas de control propio. Como cabe suponer en este contexto, poco a poco se produjo un acaparamiento de funciones y de poderes entre los campesinos más ricos, que, en definitiva, respondían a esa misma mentalidad feudal. Lo mismo podría decirse de las ciudades. Tras siglos de declive y retroceso, comenzaban a cobrar cierta importancia y desarrollo, gracias al intercambio comercial y la producción de manufacturas; pero aquí también se daba una tendencia a la bipolarización en dos clases, la de los caballeros ricos y la de la población, denominada gente menuda.


Al igual que la formación del feudalismo se gestó durante siglos, su crisis y desaparición fue también larga y prolongada; incluso ciertas relaciones de dependencia económica se mantuvieron tanto tiempo que, como sostienen algunos autores, su desaparición no se consumó hasta finales del siglo XVIII o principios del XIX. Sin embargo, puede considerarse que el sistema feudal, entendido globalmente, desapareció en torno a los siglos XIV y XV. Los factores fueron múltiples y debe hablarse de la transformación completa de la sociedad. En primer lugar, las monarquías se fueron fortaleciendo debido a una progresiva concentración de poder económico y, sobre todo, judicial y militar en manos de los reyes. A ello contribuyeron decisivamente las crisis y guerras de estos siglos, que fomentaron la necesidad de formar ejércitos numerosos, nutridos cada vez más por masas populares y mercenarios. Las luchas bélicas, por otra parte, dejaron de ser cuerpo a cuerpo entre caballeros para dar paso a los armamentos pesados. En este sentido, la Guerra de los Cien Años fue decisiva. Además, las guerras se convirtieron en un instrumento de primer orden para recaudar impuestos que terminaron por considerarse fijos y permanentes, con lo que se consolidó y amplió la idea de un sistema fiscal público que favoreció el desarrollo de un aparato estatal organizado y fuerte. Paralelamente, este fortalecimiento de la monarquía, que fue concentrando poco a poco poderes públicos tan fragmentados en los siglos anteriores, hizo que terminase por surgir una primitiva idea de Estado y, consecuentemente, una pérdida de protagonismo de los señores feudales en este terreno. Por otra parte, la relación de señoríos y campesinado dejó de ser la casi única existente, debido al creciente desarrollo de las ciudades y a la aparición de grandes fortunas en ellas, como familias de banqueros o comerciantes, no necesariamente poseedores de señoríos (aunque luego tratasen de adquirirlos). Esta idea naciente de colectividad se vio afianzada con las guerras: unos pueblos se enfrentaron a otros y surgió la conciencia de grupos de población unidos en territorios cada vez más precisamente definidos y bajo un poder monárquico, al que, además, se consideraba el puntal de la justicia, por encima de las decisiones particulares y arbitrarias de los señores.
El rey ya no era el primer señor feudal, sino alguien que estaba muy por encima de todos los demás. Incluso las crisis sociales y revueltas de labradores de estos siglos, debidas a un aumento de la conciencia de poder organizarse frente a los señores feudales, debilitó a estos y fortaleció a la monarquía, ya que, como señala Julio Valdeón “el realengo era, al menos desde la mentalidad popular, tierra más propicia a la libertad, en tanto que los dominios de la nobleza se equiparaban a tierras de servidumbre”. Los mismos señores feudales se vieron abocados a acercarse cada vez más a las cortes reales existentes y pujantes y terminaron por transformarse ellos mismos en cortesanos.
Esta situación no dio al traste con los señoríos y grandes propiedades territoriales, ni con muchos de los privilegios de los grandes señores. La antigua nobleza fundiaria se convertiría poco a poco en la nueva nobleza de la época moderna; sin embargo, al mismo tiempo trajo consigo una desaparición del sistema feudal como forma de gobierno de la Europa medieval que había presidido toda la sociedad, la vida política y la mentalidad de las gentes.
 

Bibliografía

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://www.google.es/search?tbs=sbi%3Acs&tbnid=UUuO3wtDdgGj1M%3A&docid=iykdH2lPGHnmAM&bih=667&biw=1366&ved=0ahUKEwi80PuuqILOAhXGmBoKHdFXAFoQiBwICQ&dpr=1
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